Plantación de árboles en la inauguración de la escuela Humberto Iº, 1901.

Las aglomeraciones urbanas modernas surgieron en Europa Occidental (sobre todo en Inglaterra, Francia). Eran hijas de la Revolución Industrial surgida a mediados del siglo XVIII.

Si las ciudades antiguas y medievales eran centros administrativos, comerciales y religiosos, las ciudades modernas se concibieron principalmente en centros productivos y de consumo, donde se aglomeraron miles de trabajadores fabriles y los clientes de los productos. Las tradicionales murallas que circundaron las ciudades durante siglos fueron demolidas y el tejido urbano se hizo abierto y con posibilidades de expansión hacia las áreas rurales.

Puede observarse la forestación del centro de la ciudad. Foto: calle Bernardo de Irigoyen, primera cuadra, 1941.

Esta idea de ciudad se desparramó en todo el mundo merced a los adelantos técnicos y el comercio global.

La  existencia  de  árboles  en  el  ámbito ciudadano respondió a corrientes sanitaristas e higienistas que se pusieron de moda a lo largo del siglo XIX, que buscaron hacer más habitable el ámbito urbano. En esos días, por su hacinamiento y  polución atmosférica a raíz del humo de las fábricas y la aglomeración de gran número de personas en espacios relativamente pequeños, la ciudad era un foco de enfermedades, malos olores y presentaba un aspecto gris y triste. El arbolado urbano afloró del  interés de urbanistas por  crear  ambientes  más  propicios  para los habitantes. Este desarrollo corrió paralelo a la apropiación que hicieron los simples ciudadanos de las áreas verdes, hasta la Revolución Francesa concebidos como espacios  aristocráticos,  jardines privados para las clases dominantes que devinieron públicos a partir del proceso de democratización de la sociedad.

En Punta Alta, el desarrollo urbano presentó características disímiles, según se tratara de la urbanización planificada que tuvo lugar en los terrenos afectados a la construcción del Puerto Militar y aquellos donde finalmente se asentó el grueso de la población civil, la futura ciudad de Punta Alta, que surgió espontáneamente y sin un orden preestablecido.

 

La importancia de la forestación

 La importancia social del arbolado y los sectores verdes públicos en una ciudad pueden valorarse desde varios puntos de vista: el estético, el sanitario, el económico, el patrimonial.

El estético está en función del embellecimiento del paisaje urbano, aportando color y frescura al ámbito de la ciudad y mitigando el aspecto gris propio del cemento y el asfalto de la ciudad.

“De todos es conocido que los árboles nos dan sombra, nos protegen de la lluvia y el viento, añaden belleza a nuestro entorno, naturalizan las duras líneas urbanísticas, aportan a nuestros hogares biodiversidad y mucho más. Por ello, que la mayoría de nosotros no podamos imaginar a la ciudad sin árboles, han empezado a ser parte de la infraestructura al igual que lo son las calles, las farolas, las escuelas, etc. El árbol urbano aporta beneficios que aparte de los estéticos están siendo estudiados como una nueva manera de aumentar la Calidad de Vida.”[1]

En cuanto a lo sanitario, los árboles brindan sombra y  refrescan el aire circundante, mitigando de este modo los extremos térmicos de invierno y verano; además, producen  oxígeno, regulan  la humedad ambiente,  atenúan los  vientos, disminuyen ruidos y limpian la atmósofera, al retener partículas sólidas como hollín y polvo en suspensión y gérmenes ambientales; por otro lado, retienen el agua de lluvia y contienen  de este modo el escurrimiento.

No se debe subestimar esta función purificadora del aire de las masas forestales urbanas. Como ejemplo, baste decir que conforme a estudios realizados en los Estados Unidos,

“En 1994, los árboles en la ciudad de New York eliminaron aproximadamente 1.821 toneladas métricas de contaminantes atmosféricos, suponiendo un costo para la sociedad de $9.5 millones”.[2]

Igualmente contribuye a reducir los niveles de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera,  el gas principal que contribuye al denominado efecto invernadero responsable en gran medida del calentamiento global y por ende del cambio climático experimentado en el planeta.

Los árboles, por otro lado, impiden la erosión de los suelos, reteniendo el agua de las lluvias e impidiendo así el flujo del agua que termina arrastrando sedimentos ricos en nutrientes y empobreciendo a la larga la tierra.

También frenan la contaminación sonora, pues sus ramas y hojas actúan como colchones que dificultan el paso del sonido, particularmente agresivo en áreas urbanas por los motores de los vehículos y máquinas. Todo esto genera un ambiente especial, donde la vista de lo verde y los aromas de las floraciones y las hojas contribuyen a relajar el sistema nervioso, controlar por ende el estrés y propiciar una mejor calidad de vida.

En la faz económica, el aporte del arbolado no es menor, aunque sea menos perceptible y evidente, pues los beneficios son a largo plazo.

“McPherson en 1991 estudió una plantación de 500.000 nuevos árboles en Tucson para calcular sus beneficios a la comunidad. El modeló con una plantación de 40 años y comparó la plantación, el riego, costos de poda y eliminación frente a los servicios ecológicos que aportaba. Los servicios ecológicos estudiados fueron; moderación de la temperatura, filtración del polvo y retención de las escorrentías. Los efectos de la moderación de la temperatura fueron cuantificados usando los ahorros de temperatura (por reducción de aire acondicionado), y las dos categorías fueron cuantificadas usando los costos del uso de mecanismos de control alternativos, tales como pavimentación de las calles (control del polvo) y la construcción de estanques para la retención de aguas de lluvia. Para los primeros 5 años, los costos pesaban más que los beneficios, durante los siguientes 25 años, los beneficios sobrepasaban a los costos y más de tres veces.”[3]

Vale decir, reducción del calor redunda en el menor uso del aire acondicionado y otros sistemas de refrigeración, lo que incide en un ahorro sustancial de electricidad y una contribución a disminuir la generación y el consabido efecto contaminante que posee.

También el árboles parte del patrimonio, como puede serlo un edificio o un monumento. Ellos contribuyen a otorgar una fisonomía particular a los sectores donde están implantados y conforman la imagen de ciudad que le presta un valor identitario. Por otro lado, los ejemplares plantados en veredas y parques es el legado de las generaciones anteriores que quisieron mitigar el clima, apaciguar los vientos o simplemente hacer más lindo el entorno de su hogar.

 

 

La forestación en la Base Naval y Baterías

La mayor parte del éxito en poblar esta parte de la costa de la bahía lo tiene el programa de forestación, que permitió los asentamientos humanos facilitando las condiciones de vida.

Comandante Groome, plantando el primer árbol en la batería 7, 14-7-1900.

Así lo entendió Félix Dufourq, ya en sus días de joven oficial. En 1883, integró la Comisión de Faros y Balizas que, a bordo de la cañonera Bermejo, relevó las costas y canales de la bahía Blanca. En esa oportunidad escribió acerca de la probabilidad forestar la costa, para extender “… la influencia de las plantaciones y pinos en los médanos de nuestra costa marítima”[4]

En efecto, la costa desnuda prácticamente de vegetación, presentaba características que la hacían de muy difícil habitabilidad: un cinturón costero de médanos de arenas desnuda, casi sin vegetación, que no solamente avanzaban y retrocedían devorando todo a su paso sino que también eran enormes reservorios de arena fina que volaba a la menor brisa, dificultando enormemente la visión en los frecuentes días de vientos fuertes.

Posteriormente, en un artículo aparecido en el Boletín del Centro Naval, agregaba, sobre las ventajas de la forestación de pinos costeros:

“…se impide el avance de las corrientes de arena, alimentadas por los vientos; que se pueblen de bancos las salidas naturales que en adelante se habiliten; se cambien las condiciones climatéricas, haciendo soportables los calores en varano, que no volverán a producirse como el 15 y 16 de enero de 1882 en Bahía Blanca que alcanzó los 45º Centígrados; que dulcificará los fríos del invierno, pues los árboles se oponen a que el calor de la tierra se escape; bajo la forma de pequeños glóbulos resolviéndolos en lluvia en condiciones que la sabia naturaleza prescribe”[5]

Dufourq era plenamente consciente que la costa meridional bonaerense, sobre todo la de la bahía Blanca, era inhabitable de no ser por una agresiva política de forestación. Por lo tanto, si se quería levantar un puerto militar para reparación de buques y asiento de la Flota de Mar, además de arsenal y baterías de defensa de costa, era menester la plantación de especies arbóreas. Sólo así podría generarse las condiciones de habitabilidad requeridas y constituirse en un núcleo poblado estable.

Platación de tamariscos en los médanos del Puerto Militar, Caras y Caretas 4 de enero de 1911.

Lo mismo pensó el ingeniero Luigi Luiggi, contratado por el gobierno argentino para realizar la planificación y dirigir las obras del Puerto Militar. La correspondencia intercambiada con Dufourq en los años iníciales del proyecto da una idea de sus planes. Comienza describiendo el aspecto y posibilidades del lugar, y  según observó, lel conjunto de médanos se extendía sobre una base de greda o tosca, que formaba gran parte de la llanura que se extendía hacia el mar. Los médanos, conformados  por “arena medianamente vegetal”, “arena pura” y “arena muy rica en humus” ubicada en los bajos ente los médanos. En estos bajos, observaba Luiggi, se desarrollaban plantas autóctonas bajas como el piquillín y el chañar; y si podían crecer éstas, también lo harían legumbres, a condición de tener riego suficiente. El resto del área medanosa, donde crecía pasto duro, era la más apta para plantar árboles.

“La idea de Luiggi, que resumía en los últimos párrafos del documento, era cubrir todos los médanos de árboles y crear  centro de plantas (tamariscos, sauces y pequeños pinos) en todas las baterías y en Punta Alta. Luego establecer almácigos de pinos y acilantus, extendiéndolos anualmente hasta formar una gran pineta continua s lo largo de la costa norte de Puerto Belgrano. Con estas palabras adelantaba la fórmula para lograrlo: «precisa: amor, constancia, paciencia y un pequeño gasto todos los años»”[6]

Una de las zonas de mayor atención del ingeniero se concentró en los médanos costeros cercanos a Punta Ancla y Punta Congreso, es decir el paraje donde se iban a erigir las baterías de costa, defensa del puerto militar.

Esta región era poco menos que inhabitable debido a la  gran cantidad de arena de los médanos que volaba en los días de mucho viento, que son frecuentes en este parte de la provincia. Esto provocaba  importantes inconvenientes de salud entre obreros y personal militar,  que sufrían constantes  afecciones en los ojos, como la conjuntivitis. El Teniente Coronel Ángel Allaria, jefe del Cuerpo de Artillería de Costas se vio precisado a distribuir antiparras entre su personal., a fin de protegerlos de infecciones oculares provocados por los granos de arena.

Pero Allaria, concomitantemente a esta medida coyuntural, fue el responsable de materializar en Baterías el ambicioso proyecto de forestación, desarrollado a la par  de la construcción de las fortificaciones.

El reconocido agrónomo Vicente Peluffo  llegó  expresamente de Buenos Aires y dirigió en persona las plantaciones que se hicieron en las Baterías de Punta Ancla. El Comodoro Groome plantó el primer árbol en la Batería VII y los demás jefes y oficiales siguieron su ejemplo.

A pesar de las críticas efectuadas por la mayoría de los ingenieros  agrónomos, que no creían que pudieran crecer árboles en la aridez de la costa rosaleña, Allaria plantó los primeros ejemplares. En la memoria de 1900 se informaba:

“Se han hecho ensayos de plantaciones que comprueban que en las regiones de Punta Sin Nombre deben ponerse sauces y álamos en las hondonadas y en todo el resto de la zona, exceptuándose los médanos vivos, pinos, eucaliptos y tamariscos. Con este fin se hará un vivero de 150.000 pinos y 50.000 eucaliptos con las 200.000 macetas que debe mandar la Intendencia”[7].

En dicho informe, Allaria prosigue alegando también razones de orden estratégico para su plan de forestación, diciendo:

“.. se ha iniciado debido a razones militares que tienen por objeto dar un aspecto unifirme a la costa en que se encuentran las Baterías, para disminuir su visibilidad dificultando el tiro de las neves enemigas, facilitar y asegurar en los días de viento, tan comunes, el tiro de las Baterías contra los blancos que deben batir, cosa difícil y hasta imposible por las arenas que se levantan, y conservar el material que tanto sufre por éstas, que producen en él efectos de esmeril. Los medios para conseguir estos fines son las plantaciones y el cultivo.”[8]

De la cuantía y variedad de estas plantaciones efectuadas en torno a las cinco baterías y la comandancia,  dan cuenta algunos números relatados por el mismo comandante en su informe:

Álamos, 12.663

Acacias, 1104

Eucaliptius, 2000

Pinos, 2325

Mimbres, 499

Sauces, 4006

Paraísos, 88

Sarmientos de viña, 8000

Manzanos, 30

Perales, 30

Higueras, 15

Nogales, 50

Cerezas, 40

Ciruelos, 40

Duraznos, 40

Damascos,20

Membrillos, 15[9]

Como se observa, la lista incluía árboles de gran porte aptos para frenar los vientos a modo de cortina forestal, otros de raíz fuerte para fijar las dunas y una gran variedad de frutales.

En cuanto a las instalaciones cercanas a Punta Alta, Luiggi había previsto un agresivo plan de forestación. Prueba de ello es que, a poco de iniciarse los trabajos preliminares para la construcción del puerto, a mediados de 1897, “Junto a otras clases de árboles, se habían hecho plantaciones de tamariscos y pinos marítimos, y sembrado avena, cebada y alfalfa.”[10]

La avenida que corría desde el extremo del dique de carena hasta la estación del Ferrocarril del Sud fue flanqueada por una línea de tamariscos y álamos de Carolina y toda esa área estaba siendo profusamente forestada entre 1898 y 1900[11]. Como declaró un diario bahiense: “Dentro de poco desaparecerá pues el aspecto triste que da al paraje indicado la falta de árboles”[12]

Luiggi eligió para plantar, entre otras especies, eucaliptos, álamos de Carolina y tamariscos.

Con ellos logró fijar las dunas y construir el oasis que constituye hoy la Base Naval, con un bosque fuertemente implantado. Su idea inicial, no respetada, era la de ir cambiando las especies a medida que éstas envejecían o cumplían su cometido de fijación de los médanos. Por ejemplo, los eucaliptus y los pinos, elegidos por su rusticidad y la velocidad de su desarrollo, no obstante poseen  de raíces agresivas y tiene ramas se desgajan con el viento. Gradualmente esos árboles iban a ser reemplazados por especies  más amigables con el medio y que cumplían la misma función. Lamentablemente, las expectativas de Luiggi no fueron cumplidas y hoy en la Base Naval se cuentan con añosos ejemplares que, de vez en cuando, son podados cuando no extraídos por su potencial peligrosidad.

Luiggi no solamente se dedicó a plantar intensivamente en la zona, sino a también a diseñar áreas verdes públicas dentro del Puerto Militar. Tales son los espacios libres entre los edificios, que tenían la intención de operar como jardines y pulmones de la urbanización. Asimismo, dotó a las avenidas principales de forestación que hacía una bóveda forestal que atajaba el sol y los vientos.[13]

Para dar continuidad a sus planes forestales, Luiggi construyó un vivero,  con la finalidad de aclimatar especies al medio y poder usarlas para la plantación o reposición de ejemplares. Al principio conocido como “Quinta Agronómica”, cambió su nombre por el de “Montes Frutales” y para 1911 contaba con más de setecientos árboles[14].

En ese año, se plantaron más de 47.000 ejemplares (eucaliptos, álamos, causerinas, acacias y tamariscos), lo que da cuenta de la febril actividad al respecto, que corría paralela a la construcción de la infraestructura específica.

Esto provocaba el asombro de los visitantes, como el abogado y político español Federico Rahola, quien  visitó a principios de siglo Punta Alta y Puerto Belgrano. Sus vivencias en estos lugares están escritas en un capítulo de su libro “Sangre Nueva. Impresiones de un viaje a la América del Sud, Barcelona, 1905. Allí deja sus impresiones sobre el incipiente caserío y la obra imponente del puerto militar, y dedica algunos párrafos a la forestación, vívidamente admirado por los rápidos avances:

“Más que por el pueblo, las baterías y el dique, Rahola se mostró impactado por la transformación del desierto en bosque, de las dunas en jardines, de la tierra yerma en áreas cultivadas. Reconocía que todo ese cambio se debía a espíritus enamorados del árbol: el ingeniero Luiggi, el coronel Maurette y el jefe de artillería Ángel Allaria. En poco tiempo los árboles rodearon la casa del ingeniero y el puerto.

Muy pronto ese impulso individual devino en entusiasmo colectivo. Los efectivos acantonados en la Base y los obreros comprometidos con su construcción se sumaron al furor de la forestación. El teniente coronel Allaria incentivó entre sus tropas el culto del árbol, y muchos de sus efectivos destinaban parte de sus ahorros a la adquisición de semillas y plantines.

“En tres años-observó Rahola-alrededor de los magníficos cuarteles, modelo de higiene se contempla un extenso bosque, hijo del esfuerzo de los soldados que debían batirse con sus hermanos, y que mientras se preparaban para la guerra, se sintieron ya animados por el santo espíritu de la paz”

Mucho disfrutó el insigne visitante la fresca sombra y el verdor de los eucaliptos, pinos, tamariscos, plátanos y muchas otras especies sujetando la tierra para que el inclemente viento sur no se la lleve, purificando el aire antes contaminado por el polvo y embelleciendo el paisaje. Comparó el trabajo de aquellos hombres visionarios con el del artista, al lograr con el esfuerzo de sus manos y su inteligencia hacer florecer la vida, la belleza y el amor en parajes tan abandonados y tristes.”[15]

 

La forestación en Punta Alta

La Organización Mundial de la Salud fija como óptimo en las ciudades 15m2 de espacios verdes por habitante y un mínimo de 10m2. En el casco urbano de la ciudad de Punta Alta existen 20 ha aproximadamente de espacios verdes (parques y plazas), lo que, para una población de 61.000 habitantes, arroja un total de 3,27 m2 por habitantes, muy lejos de los parámetros mínimos establecidos por el la OMS.[16]

Docentes y alumnos de la Escuela Nº 4 en el día de la Fiesta el Árbol ,13 de agosto de 1944.

Esta falta notoria de espacios verdes ha sido atribuida, entre otras causas, al clima poco propenso a la forestación. Sin embargo, otros lugares del país con suelos pobres y faltos de precipitaciones, como Mendoza, por ejemplo, crearon verdaderos oasis verdes.

Como lo observó hace unos años la ingeniera agrónoma Liliana Peters, durante mucho tiempo  responsable de forestación de la Comuna de Coronel Rosales:

“Si bien es cierto que la conciencia forestal está en nuestro país en plena marcha, todavía en nuestra ciudad se observa la escasez de árboles en las calles, siendo que por las condiciones del clima se hacen indispensables”[17].

No se va a ahondar en las razones por las que no existe una cultura del árbol en la región en general y en Punta Alta en particular. Pero debe tenerse en cuenta los beneficios que traería aparejada una buena forestación en la ciudad, siguiendo el modelo de la Base Naval Puerto Belgrano.

 

Día del Árbol

Todos los 29 de agosto, en nuestro país se celebra el Día del Árbol. Sin duda, fue una festividad traída desde Europa. En efecto, el primer Día del Árbol se celebró en una aldea española en 1805 y desde allí se expandió rápidamente al resto del mundo, festejándose en una fecha establecida por cada país, según sus condiciones climáticas. En la Argentina la actividad forestal recibió un gran impulso, a partir de la segunda mitad del siglo XIX  de la mano de Domingo F. Sarmiento, quien  dijo en una oportunidad:

“El cultivo de los árboles conviene a un país pastoril como el nuestro, no sólo porque la arboricultura se une perfectamente a la ganadería, sino que debe considerarse como su complemento indispensable. La Pampa es como nuestra República, tala rasa. Es la tela en la que ha de bordarse una nación. Es necesario escribir sobre ella: ¡Árboles! ¡Planten árboles!”

Esta celebración se realizó por primera vez en Argentina en 1901, luego de que el Consejo Nacional de Educación la estableciera el 29 de agosto de 1900. Fue la ciudad de Corrientes donde se la celebró por primera vez y la segunda localidad en adheririr al festejo fue Bahía Blanca. Pero en nuestra zona, esta celebración es más antigua todavía. Extraoficialmente, puede decirse que la primera tuvo  y se remonta al 30 de agosto de 1898. Sin duda la fiesta  fue traída desde Europa a Punta Alta por el ingeniero Luiggi o por su mujer, Annie East. La diferencia estribaba que, en ligar de niños en edad escolar, fueron personalidades políticas y militares quienes plantearon los primeros árboles. El primer ejemplar fue plantado por Annie East, y otros lo fueron por el Ministro de Guerra y Marina Nicolás Levalle  y hasta por el Presidente, Julio A. Roca.

En Punta Alta, la primera Fiesta del Árbol fue organizada bastante tardíamente. La celebraron conjuntamente las Escuelas Nº 8 y 20, plantando ejemplares en el solar destinado a la plaza Belgrano, el 27 de julio de 1909. Fue a instancias de las directoras de ambos establecimientos escolares, Eudoxia Figares y Victoria Paz, respectivamente.

No es casual que la escuela pública fuera la organizadora de tal evento, puesto que tradicionalmente desde las aulas se incentivó a los niños por el cuidado, el respeto y el amor hacia el árbol y así quedó demostrado en diversas iniciativas tendientes a forjar una cultura forestal.

A lo largo de los años, ha  habido diferentes campañas y propuestas en pro del arbolado público. Ya en 1921, se convocó a constituir una comisión pro-plantación de árboles en la ciudad, aunque se ignora si este grupo de vecinos llegó a funcionar como tal[18].

Lo cierto es que en la prensa periódica aparece cada tanto la preocupación de vecinos y autoridades por  forestar las calles y paseos de la ciudad, que incluía entrega de ejemplares a vecinos y el plantado de otros por parte de empleados de la delegación.

Esquina de Humberto I y Rivadavia, década de 1920, donde pueden observarse la gran cantidad de árboles en las calles céntricas.

Tal vez una de las más acciones más significativas  fue la desarrollada en 1934, cuando en el seno de la Escuela Nº 4 se creó un Club del Árbol, cuyo accionar fue autorizado por la inspección escolar.

“Este club ha empezado su labor en éste año y días pasados dio comienzo a sus tareas recorriendo los árboles situados en las aceras de varias manzanas y procediendo a su riego y demás medidas de cuidado. Los niños del club llevan un brazal colocado como distintivo, por lo que se ruega a los vecinos  les presten la debida cooperación, facilitándoles agua y demás elementos para que la labor resulte más provechosa”[19]

Luiggi y Allaria, habían fijado los médanos costeros y así terminado con el problema de la arena y el polvo en suspensión durante las jornadas ventosas. Pero no sucedía lo mismo en la zona de la ciudad de Punta Alta, sobre todo  con los médanos ubicados en la periferia. Durante la década de 1920 y 1930, eran constantes las quejas al respecto en los diferentes medios de prensa, que solicitaban su fijación por medio de algún tipo de forestación:

“Nuevamente, nos vemos obligados a insistir sobre la necesidad que se trate de fijar los médanos del norte, con árboles, o con cualquier clase de plantaciones, para evitar el azote de esa arena que nos viene castigando cada vez que los vientos soplan de esa parte.”[20]

Este problema tiene su solución definitiva con la creación del Parque San Martín en ese sector de la ciudad

 

Parque San Martín

 Si exceptuamos la manzana de la Plaza General Belgrano, no existió otro sector verde  de jerarquía en la ciudad. Ya en 1935 se alertaba sobre este déficit:

“Vastísimos son los problemas que se plantean a nuestro medio urbano desde hace mucho tiempo sin que se hayan resuelto ni se hayan tomado medidas para resolverlos en tiempo más o menos inmediatos.

A la fijación de médanos, síguele en orden la falta de un paque en el que puedan ir a reposar de sus fatigas diarias los hombres saturados del sol; de brezos bajo los ruedos de frondosos árboles acogedores.

Hoy no tiene el vecindario en sus cuatro puntos cardinales un minúsculo lugar donde sentarse o tenderse a leer un libro o a concentrarse en sus pensamientos.”

Poco antes de 1950, año en que se conmemoró el centenario de la muerte del general San Martín, en  Punta Alta se constituyó la Comisión Pro Monumento y Parque al General San Martín. Estaba integrada por representantes de instituciones culturales, gremiales, deportivas, escolares, fomentistas, como así también el comercio y la industria, entre otras. El objetivo de la comisión era, como su propio nombre lo indica, trabajar en favor de la creación de un parque y la erección de un monumento al prócer, a ser inaugurados el día 17 de agosto de 1950.

Con la colaboración de la Municipalidad, que facilitó personal, materiales y equipos, se delimitó la ubicación del parque y se realizaron las tareas de forestación.

El 17 de agosto de 1950 se dio por inaugurado el predio, donde sólo pudo ser erigido el basamento de la estatua y recién dos años más tarde, el 23 de noviembre de 1952, se dio por concluida la labor de la comisión, con el emplazamiento del monumento, realizado por  una empresa de Capital Federal.

 

Conclusión

 Puede decirse sin pecar de exageración, que tanto Punta Alta como Puerto Belgrano son hijas del árbol. Según se vio en las páginas precedentes, la forestación hizo posible el asentamiento humano en la región, brindando condiciones de habitabilidad a una región de clima y suelo muy complicado.

Asimismo, en las primeras décadas de vida de Punta alta y Puerto Belgrano, las autoridades y sus habitantes eran concientes de los beneficios del árbol a la comunidad. Poseían una cultura forestal que los llevaba a plantar ejemplares en veredas y paseos públicos y a cuidar los existentes. Esta disposición era reforzada por la escuela, que educaba a los alumnos en el respeto y cuidado de las plantas y árboles.

Pero con el tiempo, esta cultura del árbol fue mermando. Tal vez al no sentir los rigores naturales de los primeros pobladores, se haya subestimado la acción benéfica del árbol en la región. Podas excesivas o mal efectuadas, la extracción de ejemplares que, por su porte o demás factores no eran adecuados a veredas y paseos y que romper veredas o cables de luz, y otros factores concomitantes, contribuyeron a hacer una ciudad más gris, con menos masa forestal y sombra que en el pasado.

Hoy en día, con una conciencia ecológica más asentada sobre todo en las nuevas generaciones, hay que volver a esa cultura del árbol que fue la de nuestros pioneros y que posibilitó la construcción de áreas urbanas en esta región.

 

Trabajo realizado por el Archivo Histórico Municipal de Punta Alta con motivo de un nuevo Día Nacional del Árbol, agosto de 2017.

Texto e investigación: Prof. Romina Amarfil, Lic. Gustavo Chalier, Prof. Luciano Izarra

Asesoramiento técnico: Ing. Agrónomo Fernando Erice

[1] Carlos Priego González de Canales, Beneficios del Arbolado Urbano, Ensayo de Doctorado, CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, noviembre de 2002, p. 6 (http://digital.csic.es/bitstream/10261/24578/1/Beneficios%20del%20arbolado%20urbano.pdf )

[2] Idem, p. 9

[3] Idem, p. 20

[4] Bonora, Conrado Jentulio: Base Naval Puerto Belgrano. Cien años de forestación, Base Naval Puerto Belgrano, 1995, s/p

[5] Dufourq, Félix: Influencia y ventajas de la plantación de pinos en los médanos de nuestra costa marítima., Boletín del Centro Naval, tomo. 1 , página 589

[6] Oyarzábal, Guillermo: Argentina hacia el Sur. Construcción social y utopía en torno a la creación del primer Puerto Militar de la República (1895-1902), BsAs, Instituto Nacional Browniano, 1999, p. 145

[7] Martel, Fernanda: “Las Baterías Histórica artillería de costa”, en El Archivo, Nº, 29, noviembre de 2008, p. 5

[8] “La Ecología del Área Naval Puerto Belgrano”, en Revista del Mar. Especial Homenaje a la Base Naval Puerto Belgrano en su Centenario, Nº 144, octubre 1996, p. 34

[9] Ídem, p, 34

[10] Oyarzábal, Guillermo, p.71

[11] Idem, p. 97

[12] El Porteño, 10 de agosto de 1898, p. 4

[13] Luiggi en 1912, con motivo de la guerra entre Italia y el Imperio Otomano, realizó una serie de fortificaciones en la colonia italiana de Libia, tomando de su experiencia en Punta Alta, la forestación como medio idóneo para fijar médanos y hacer habitable esa parte desértica de África.

[14] Viñueales, Graciela María: Patrimoinio urbano. Base Naval Puerto Belgrano, Armada Argentina, 2006

[15] “Federico Rahola y un caserío llamado Punta Alta.”, en Punta Alta en mis apuntes, 4 de abril de 2017                                  ( http://apuntandoaltoenpunta.blogspot.com.ar/ )

[16] Esta situación no es propia de Punta Alta, sino que pertenece a un aspecto cultural regional. Asi, la ciudad de Bahía Blanca, según estudios realizados por Patricia Ercolani y Paola Rosake del Depto. De Geografía de la UNS posee en la actualidad de 3,49 m2 de espacios verdes por habitante. .Adrián Luciani: “Preocupa la falta de espacios verdes en Bahía”, La Nueva, 18 de septiembre de 2016, edición digital (http://www.lanueva.com/la-ciudad-impresa/879114/es-preocupante-la-falta-de-espacios-verdes-en-la-ciudad.html )

[17] Peters, Liliana: Clima, suelo y flora. Partido de Coronel de Marina Leonardo Rosales. Provincia de Buenos Aires (inádito), p. 15

[18] Nueva Época, 30 de julio de 1921, p. 1

[19] La Nueva Comuna, 20 de abril de 1934, p.2

[20] El Regional, 2 de agosto de 1934