Este año llegó al Archivo Histórico Municipal una donación de un vecino. Se trata de Mar de leva. Cuentos Marineros, se publicado en 1926 en Buenos Aires. La autoría correspondía a un tal Teniente H. Doserres, pseudónimo del por entonces teniente Héctor Raúl Ratto, que sería con el andar de los años uno de nuestros más prestigiosos historiadores navales. Ratto, por entonces de 34 años, incursionaba por vez primera en la literatura con una serie de relatos que tienen por centro, como indica el subtítulo, el quehacer naval. Nacido en Luján en 1892, egresó de la Escuela Naval en 1912 con el grado de Guardiamarina. Desde muy joven mostró vocación por la historia y en 1927 se hizo acreedor del Premio Almirante Brown del Centro Naval por su libro de temas marineros Bordejeando, que escribió como Teniente H. Doserres. Retirado del servicio en 1933, se abocó a la labor historiográfica. Se destaca, entre su vasta producción de libros, artículos y conferencias, su Historia de Brown. Fue miembro de la Academia de Ciencias, de la Sociedad Científica Argentina, Instituto Sanmartiniano, Centro Naval y Liga Naval Argentina. Además, se desempeñó como profesor de Historia Naval en la Escuela Naval Militar de Río Santiago. Falleció en 1948[1].

Salida del personal militar del Puesto Nº 2.

Mar de leva contiene 21 cuentos en sus 191 páginas. De ellos interesa para esta nota el titulado: “Luces de Puerto”, por estar ambientado en Punta Alta y pintar una semblanza costumbrista del ambiente de la ciudad a mediados de la década de 1920. No corresponde realizar una crítica literaria del texto cuya importancia para nosotros radica en su valor como testimonio vivo de una época. Por lo tanto, el presente trabajo va a destacar algunos aspectos de la sociedad que el autor describe y contextualizarlos debidamente dentro de lo que se conoce de la Punta Alta de ese entonces.

Primera cuadra de calle B. de Irigoyen, década de 1920.

Luces y sombras de puerto.

El relato, de espíritu liviano y humorístico, está enmarcado dentro de la corriente literaria del costumbrismo[2]. No posee argumento, sino que es una serie de estampas que pretender ser evocaciones de su vida de oficial de la Armada en Punta Alta y pretende trazar en gruesas pinceladas el retrato de la sociedad puntaltense de su tiempo. Ya desde su título sugiere que el puerto es el pivote alrededor del cual girará el relato. Qué puerto es éste, para el autor (y quizá para el público-marinos-al que va dirigido) es obvio: el Puerto Militar, que ya desde 1923 tomó el nombre de Base Naval Puerto Belgrano.

Pero el escenario que presenta Ratto no es precisamente el estrictamente naval, sino que se concentra en Punta Alta, ciudad que vive de y por la Armada. Sin la tradición marinera de La Boca o Ensenada o aún Ingeniero White,

“En cambio Punta Alta, a pesar de sus lunares, está llamada a un destino más nacionalista, pues hace una vida de mayor contacto con la gente de la Escuadra, cuyos afanes y preocupaciones comprende, como ocurre en menor grado con Martín García y en cierto modo con Zárate” (Mar de leva, p. 170).

Y en el párrafo que sigue inmediatamente, explica un poco este estrecho vínculo:

“Gran parte de sus comercios pertenecen a antiguos Mayordomos, Maestros de Víveres o personal que ha servido en los buques, y los que no provienen de ella, están familiarizados con su medio, no siendo extraño oir en sus locales paralelos de los oficiales Almirantes o interesantes consideraciones sobre política naval” (Mar de leva, p. 170).

Esquina de Humberto I y B. de Irigoyen, década de 1920.

Esto es algo que, según las fuentes disponibles, podemos constatar: el gran número de retirados y ex empleados de la Armada, personal auxiliar en los buques, que luego se reconvierten en comerciantes –almaceneros, dueños de bares o despachos de bebidas- que se alineaban principalmente, sin solución de continuidad, principalmente en las calles Bernardo de Irigoyen, Rivadavia y aledañas. Muchos de ellos, con nombres vinculados de algún modo a la Armada, como el bar, la carnicería y  el almacén y bazar todos llamados “La Marina”, la  farmacia “Del Puerto”, la  librería “La Armada” o el hotel “Rivadavia” (que, por estar ubicado en Bernardo de Irigoyen se supone que hacía mención al acorzado de ese nombre)[3].

Frente del Cine-Bar La Marina, circa 1917.

Esa comunión de origen e intereses entre el gran comercio puntaltense y la Armada, hace que la política de la marina de guerra, ya sea estructural o coyuntural, repercuta en el funcionamiento de la ciudad:

“Cuando la Escuadra, por abandonar el puerto, corre el albur de aprovisionarse en Madryn -por ejemplo-el comercio representativo eleva sus quejas a los poderes públicos, y la asunción de tal o cual persona al Ministerio de Marina origina oscilaciones en la plaza, llegando a causar subas o bajas en el valor de los inmuebles!” (Mar de leva, p. 170)

Interior del Cine-Bar La Marina, circa 1917.

Incluso una pelea entre marineros, una trifulca a la salida de un bar que implicara que los oficiales prohibieran a la tripulación el desembarco como castigo, era motivo de alarma entre los comerciantes puntaltenses (recordemos que los buques tenían dotaciones enormes: el ARA Rivadavia, uno de los mayores la época, contaba con 1200 hombres a bordo). Es por eso que se prefería no avisar a la superioridad y dejar que las cosas no pasaran a mayores.

“En otras oportunidades, el Jefe de la Escuadra toma medidas más conciliadoras, haciendo desembarcar diariamente del buque de guardia una patrulla armada, al mando de un oficial, para que recorra las calles y todo quede en paz” (Mar de leva, p. 171).

En ese entonces, las peleas en bares y prostíbulos eran habituales, involucrando muchas veces a la marinería. Casi siempre producidas por la abundante ingesta de alcohol, se resolvían a golpes de puño, botellazos e incluso las heridas de arma blanca eran frecuentes. De esto da cuenta la prensa de la época y los expedientes judiciales, documentación atesorada en el Archivo Histórico Municipal.

Calle Humberto I, década de 1920.

Punta Alta vivía de la Armada, sí, pero también por la Armada. Así como en el siglo V o VI, en cualquier mercado o plaza de Constantinopla las verduleras, los artesanos y los feriantes se enfrascaban en acaloradas discusiones teológicas sobre el dogma o la doctrina cristianos[4], en Punta Alta todos entendían y conocían de cuestiones navales y opinaban abiertamente sobre ellas. Ratto reproduce diálogos ficticios (pero sin duda basadas en conversaciones reales que mantuvo en la ciudad) con el propietario de una casa de lotería, español.

“-¿Cómo está usted, señor Teniente? ¿es que aún no lo han ascendido a usted? (…)

Y como yo, creyéndome en presencia de un antiguo servidor le preguntara en qué buque habíamos estado juntos, me contestó:

-Como estar en buque alguno, con usted señor Teniente, no lo he estado nunca; pero ¡vamos! Que le conozco a usted por el Cabo Pinocho, que le recuerda a usted desde que era Guardia-marina. Ahora, estar a bordo realmente lo he estado, pero en el “Temerario”[5] ¿comprende usted? De modo que algo entiendo de marina; pero descuide usted, señor Teniente, que en cuanto pueda meto un hijo en la marina que es mi gran afición” (Mar de leva, pp. 171-172).

Y concluye esta parte del cuento diciendo, a modo de cierre y para introducir la segunda parte de la narración:

“Punta Alta es la ciudad marinera por excelencia de la república, y la tercera de la costa en orden comercial. La preceden en orden de importancia Bahía Blanca y Mar del Plata, porque Necochea no alcanza a abrirse paso al mar a través de su barra, y desde La Plata al norte sólo hay ciudades fluviales.

Carmen de Patagones, Madryn, Comodoro Rivadavia y Gallegos, son también poblaciones de mar, es cierto, pero sin ambiente marinero todavía (…) Nuestra gente palpa eso, sin dificultad, y mantiene para Punta Alta el rango que le corresponde, y así como los oficiales esperan con ansiedad su licencia para trasladarse a Buenos Aires, ellos esperan el permiso de un mes que les corresponde a la renovación de sus contratos para pasarlo en “Punta”.

Es claro, allí todo está hecho a su gusto y usanza” (Mar de leva, pp. 175-176).

Interior del bar La Bolsa, donde puede observarse la gran cantidad de marineros entre su clientela (1919).

Cine para entendidos.

La vida íntima con la Armada lleva a Ratto, incluso, a establecer una comparación entre los conocimientos del público espectador de cine de Buenos Aires y el de Punta Alta, respecto a la proyección de una película con tema de mar. Vale la pena transcribir el párrafo casi completo, para apreciar en su totalidad lo que el autor quiere significar y, de paso, adentrarnos a los modos de ver una película en esos años, tan diferentes a los actuales:

“En un biógrafo de lujo ví en Buenos Aires no hace mucho una buena adaptación de “La Batalla”, de Farrére[6], pero los episodios más culminantes pasaban desapercibidos por el público, con gran indignación de mi parte. Si nosotros llegáramos a batirnos en el mar- pensaba-nuestro pueblo no sabría jamás cómo mueren sus hijos (…)

Los espectadores no apreciaban nada de lo que veían y cuando por casualidad conocían algo de las cosas de a bordo no sabían darle su verdadero nombre, lo que me llenaba de desesperación. En determinado momento no pudiendo contenerme más, expliqué en voz alta y con autoridad el significado de determinados pasajes de la obra y mis vecinos después de haber dicho en voz baja “debe ser un marino”, se callaron la boca hasta el extremo de no comentar ni las leyendas de la cinta, lo que evidenciaba su tímida ignorancia (…).

En cambio, en “La Marina” de Punta Alta[7], todos habían “pescado” lo que veían, y si el operador pretendiera impresionar a los espectadores moviendo la superficie del mar-como el mozo que atiende las mesas inclina la bandeja para marchar presuroso manteniendo el equilibrio de su contenido- el público grueso que conoce su oficio, gritaría:

“Eeeeh!… ¡tongo! ¡que role como Dios manda! ¡que se mojen como nosotros si quieren enseñar lo que es el mar! ¡A engañar a tierra adentro!

¡Allí sí que se puede saborear una cinta de a bordo y seguir al dedillo todos los detalles! Con la sanción de ellos, yo estaría seguro de ver una buena película” (Mar de leva, pp. 176-177).

Ese savoir faire propio de la Armada también se evidenciaba, dice Ratto, aún cuando pasaban los noticieros cinematográficos:

“Cuando se trataba del “Pathe Journal”[8], la gente no se sorprende, gritando a veces a coro:

“Nueva York! ¡Manyá la 5ª avenida! Nosotros fondeamos en el 76[9]” (Mar de leva, pp. 176-177).

Como puede apreciarse, los puntaltenses sabían qué estaban viendo, y era un público lo suficientemente entendido para hacer juicios correctos ante los filmes.

Otra cosa a destacar es lo que se decía al principio del parágrafo: el modo de ver cine en esa época. Nosotros, acostumbrados como estamos al cine-teatro, nos cuesta imaginarnos el ambiente. Hasta bien entrada la década del 30, cuando se construyen en Argentina las primeras salas cinematográficas con butacas y pantallas fijas, las películas se proyectaban en bares.  Mudas como lo fueron hasta 1928, las cintas contaban con una música incidental e improvisada a cargo de un ejecutante de pianista y se veían entre el humo de los cigarrillos y el ruido de vasos y tazas. Al no tener sonido, era muy común oir o hacer comentarios con los compañeros de mesa o aplaudir, chiflar o gritar ante una escena. Era, en suma, un ambiente parecido al que hoy en día se encuentra en las confiterías cuando se proyecta un partido en pantalla gigante o en televisores de grandes dimensiones y los hinchas gritan, insultan al referí o a los jugadores o festejan un gol.

Esquina de 25 de Mayo y B. de Irigoyen.

De italianos, españoles y demás.

Ratto, en su singular relato, pinta una característica de Punta Alta de entonces que no era rara dentro de una Argentina cosmopolita: la presencia cotidiana de inmigrantes en los quehaceres cotidianos. Los años 20 están en medio de la época llamada de la Gran Inmigración, que abarca desde 1880 hasta 1940 y en la que arribaron al país más de 6 millones de personas procedentes de Europa, Oriente Medio y, en menor medida, América del Sur[10].  Esos inmigrantes significaron, según el censo de 1914, el 30 % de la población del país aunque en determinadas regiones y ciudades, como la Bahía Blanca de 1906, los extranjeros afincados representaban más de la mitad de sus habitantes[11].

Ratto en “Luces de Puerto” presenta una serie de inmigrantes, todos ligados al comercio, a través de estereotipos representativos de su carácter y fundamentalmente de su habla: un italiano, un español, un portugués. Los personajes, al estilo de los sainetes de Podestá o Vacarezza, se expresan en un castellano que imita, con mayor o menor fortuna, la pronunciación italiana o portuguesa. Los diálogos que el autor sostiene con estos personajes giran sobre la tesis que parece sustentar el relato: en Punta Alta, todos saben acerca de temas navales. No importa que sea almacenero, vendedor de lotería o fiambrero, ni que provengan de España o de Italia: siempre la charla deriva hacia los buques, hacia los muelles militares y la marinería. Esta presencia de lo naval se verificaba, según Ratto, hasta en la decoración de los comercios y en la curiosa jerga en que se expresa el dueño de uno de ellos, un cocoliche plagado de metáforas marineras.

“Antes de salir a viaje tuve que entrar en una fiambrería, que tiene acorazados pintados sobre los quesos (…)

Apenas me ve [el dueño del local] le dice a su consorte, refiriéndose a la máquina de cortar fiambre.

-¡Roooosa! A ver si virás un poco el cabrestante para filarle unos grilletitos de cudeguín al siñor Teniente.

Y luego, dirigiéndose a su hija, que en la puerta presencia el desfile de la gente de la marina que se vuelca a las calles agrega:

-E a ver osté, señorita namorada de la cretona e del saco naval, si lecha uno pantallaso al comedor y ne deja caer do copita de chiante para que el ancla haga cabeza” (Mar de leva, p.178).

A continuación, viene un interesante monólogo que amerita un comentario:

“-El día de la entrega de lo premio ne la escuela que mantenemo lo vecino con la marina, un gallegue medio pensadore estaba calentando la cabeza a esto mochacho, que le gusta la papa pelada, diciéndole que aquí lo que hacían falta eran biblioteca para obrero y que necesitábamo otra clase de escuela per cada soldado. Entonce yo le paré la arrancada y le dique delante de todo lo que en ese momento salían; “osté se aguanta un poco siñor de uñas avanzadas, porque osté e un iñorante que no conoce la marina (…) Sepa que sólo dentro de cada Cabo de la Armada hay un maestro profesional y otro de analfabeto e anque alguno con patente de especializacione! El quefe de la comandancia que pasaba me dico despacio; “gringo cállate que vas a meter la pata”; pero yo sabía que me decía da modesto y me pegué otra zambullida a fondo. E todavía tengo de decí más; que esto maestro cóbrano todo puntualmente a fin de mes y si se quiere le puedo mostrar cuarantasete libreta al día” (Mar de leva, pp.178-179).

Colegio Sarmiento, en Luiggi al 100, década de 1920.

Imposible, en el relato del fiambrero, que no se venga a la cabeza Ricardo Zabalza, el maestro español que por esos años andaba por la ciudad. Zabalza, llegado a la Argentina en 1913 y a Punta Alta en 1921, fue un activo militante del socialismo sindicalista, precursor de la educación obrera en la zona. En la ciudad trabajó  como docente en la escuela “Sarmiento”, de su compañero Higinio Gallego, de la que llegó a ser director en 1929[12].  

Personajes como Zabalza que se prefiguran en el “gallegue” anónimo del relato, pueden perfilarse en la galería de comerciantes que desfilan en las páginas del relato. Detrás de los negociantes itálicos estrechamente vinculados a la Armada, puede que asomen los caracteres de un José Turi, italiano que en 1914 fue proveedor de la Armada de forrajes, cereales y legumbres y que luego fue dueño de un importante almacén en Punta Alta, que proveía a la Base Naval y a Arroyo Pareja; o a su compatriota Gaetano Vetri, antiguo obrero de Puerto Militar, llegado en 1900 y que, previo paso por Bahía Blanca, volvió a Punta Alta en 1912, abriendo el hotel y bar “Rivadavia”[13]. Sea como fuera, conforman arquetipos que son utilizados por Ratto para dar color local a través de sus modos de expresión y subrayar el mensaje del relato.

Una comunidad de intereses.

El relato, inevitablemente, debía cerrarse con una estampa que marca la íntima relación entre la Armada y Punta Alta, haciendo de ésta prácticamente una prolongación de aquella.

 “Cuando Punta Alta celebra las festividades patrias o cualquier otro acto de importancia, sus vecinos más respetables y sus comerciantes más antiguos se sientan al lado de los Almirantes (…)

Los chicos de sus escuelas presencian la jura de la bandera de nuestros conscriptos y cantan a veces con ellos el Himno Nacional. En nuestro Hospital Naval se atiende, cuando es necesario, a sus pobladores; en los altares de la capilla del pueblo, uno de nuestros Capellanes, ofrece misa diariamente, y en los días de tristeza y luto para la gente de los buques, ellos acompañan a los caídos que yacen para siempre al lado de sus propios deudos” (Mar de leva, p.181).

Y a continuación, Ratto reafirma los vínculos entre ambas comunidades –la de la Base y la puntaltense- al referir sin temor a caer en la exageración:

“Si alguien quisiera escribir la historia del progreso de la marina, que se radique en Punta Alta. Entonces sabrá además quién fue el Almirante llamado a mandar la Escuadra cuando los temores de guerra con Chile; cómo apareció en Punta Arenas la división que llevó al Presidente Roca a la histórica entrevista de los dos Jefes de Estado; cuáles fueron las causas del relevo de tal o cual Almirante; quiénes nuestros más hábiles maniobristas o los más brillantes organizadores.

De igual manera sabrán en qué actividades han sido dedicados sus hombres y qué servicios importantes han prestado al país, en distintos puestos civiles, porque ellos al igual que las ciudades de la costa, irradian su luz sobre el mar…” (Mar de leva, pp.181-182).

Obreros de la Base Naval Puerto Belgrano en la salida del Puesto Nº 2.

“Luces del Puerto”.

“Luces de Puerto” es la visión de la Punta Alta de 1920, pero contada por un marino. Como tal, resalta y valora los lazos que existe entre la población civil y la marina de guerra, una constante que aparece en todo el relato. Pero si las luces iluminan fantásticamente esta relación, también su brillo encandila y no permite percibir otros componentes de la sociedad puntaltense de la época, aún aquellos vinculados con el quehacer de la Base, pero no estrictamente militares.

Al principio del relato, hay una mención a los talleres del Arsenal, como vehículo de la posteriormente tan denostada “sustitución de importaciones” que sustenta un pensamiento abiertamente nacionalista, ¡aún en boca de un italiano!

“¡Eh!… osté sabe: parce que a este Ministro le gusta que lo Tallere trabajen, -dice un comerciante en rueda de vecinos-¡Eh claro! Aunque no pague un poquito más, la plata quédano en casa ¿sabe? Y no se la damo a cuesto inglese que ne tiene la Marvina o a eso americano que ne quieren chupar la sangre…” (Mar de leva, p. 170).

Hay que recordar que en esos años, el Arsenal Naval Puerto Belgrano estaba en condiciones operativas de reparar cualquier buque o aún de construir, por lo que la decisión de adquisición de material bélico ( a Inglaterra o a Estados Unidos en este caso ) quedaba supeditada a decisiones políticas. Sin embargo, es la prácticamente la única mención existente a la labor de los talleres. Es más, toda mención al futuro de los jóvenes hijos de los inmigrantes, pasa por ser militares, anhelo de ellos o de sus padres:

“Además este año tengo que meter un hico en la marina, ¿sabe? (…) francamente al mochacho le gusta… E si no le gusta, ¡osté sabe que yo mando en casa y lo meto lo mismo!¡E claro! Esperando que le venga la gana se le pasa la edá, ¡sabe?”  (Mar de leva, p.174).

Profesión el de militar que se advierte superior a otros empleos, como el ferroviario, que en la única mención a él lo hace aparecer como menos ventajoso. Así, hablando de un alto oficial de Marina padrino de su hijo, el almacenero italiano exclama:

Paso nivel del Ferrocarril Rosario Puerto Belgrano de Av. Colón y B. de Irigoyen, inaugurado en 1922.

“Pensare, ¡que el bruto de su ahicado que está en el Ferrocarril no ha querido entrá a la Escuela de Aviación! Osté se da cuenta siñor Teniente, con la aviación y con un padrino como ése a dónde habría llegado?” (Mar de leva, p.175).

Llama poderosamente la atención la única y escueta mención al Arsenal, arriba mencionada, cuando un muy importante porcentaje de la población puntaltense era empleada de los talleres. Las actividades de civiles de la Armada brillan por su ausencia, en momentos que las instalaciones en sí mismas eran motivo de orgullo, no sólo por la capacidad técnica de su personal sino por su moderno equipamiento y por contar con el dique más grande del mundo en ese entonces: el Nº 2, concluido en 1917.

De este modo, al poner su ojo sobre la Marina de Guerra, Ratto pinta una ciudad monolíticamente marinera, obviando otras actividades que, en la Punta Alta de la época, tuvieron una importancia sino igual, parecida al de la Armada.

Capitán de Fragata Don Héctor Raúl Ratto.

Lo que no refleja “Luces de Puerto” y lo que se echa en falta, es la diversidad de actividades que se desarrollaban en ese entonces en la ciudad. Punta Alta, en las primeras décadas del siglo XX ofrecía un panorama económico y social muy diferente al que vive hoy en día. La prosperidad de la ciudad se asentaba, además de las actividades civiles y militares de la Base Naval, en un conjunto de grandes obras privadas que se venían desarrollando y que dependía, primordialmente, del capital extranjero. Tales emprendimientos eran: el Ferrocarril del Sud, empresa británica que unía a la ciudad con Bahía Blanca y, a través de ella, con Buenos Aires; el Ferrocarril Rosario Puerto Belgrano, de capital francés, inaugurado en 1910 y que vinculaba a Punta Alta con Rosario; y el Puerto Comercial de Arroyo Pareja, también propiedad de una empresa francesa y cuyos trabajos, iniciados en 1912, que se avizoraba como el mayor de su tipo en América del Sur. Todas estas inversiones le otorgaban a la ciudad gran dinámica y grandes perspectivas de futuro, empleando para su construcción y mantenimiento una gran mano de obra, calculada en unos cuantos miles de personas. Estas empresas, sumado al sector comercial y de pequeños talleres y fábricas, conformaban un sector  privado que en esa época representaba el 50 % del PBI de la ciudad (vale decir que generaba la mitad de la riqueza ), también produjo una sociedad en crecimiento, que tenía iniciativas para mejorar su condición[14].

No obstante, esa particular mirada, “Luces de Puerto” se torna un documento histórico único, que da cuenta de aspectos de la vida cotidiana, de sentires y de modos de ser que ya quedaron atrás en el tiempo. Rara vez reflejados por las fuentes más formales (expedientes, periódicos, informes, etc.), las vivencias, decires y actitudes de la gente común se ven reflejadas en trozos de literatura como el que nos ofrece Ratto. Aún a riesgo de caer en el estereotipo o en la caricatura, la pintura de estos “tipos populares” sirvió para englobar este relato en los llamados “artículos o cuadros de costumbres”, que cultivaron escritores como Mariano José de Larra o Benito Pérez Galdós en España o, en Argentina, Roberto Arlt (Aguafuertes porteñas).

Es por eso, por su calidad de documento raro y excepcional, que el Archivo Histórico Municipal le dedica esta reseña, en atención que, a partir de ahora, Héctor R. Ratto no sea solamente considerado un historiador naval de primer nivel, sino también un artista sensible que supo reflejar lo cotidiano de una comunidad según su particular punto de vista.

Por Lic. Gustavo Chalier.

Agradecimientos

Prof. Guillermo Pradella, por su donación del ejemplar de Mar de leva.

Lic. Marta Pupin, Biblioteca CF Teodoro Caillet-Bois del Departamento de Estudios Históricos Navales.

Fuentes

Citas

[1]  José Torre Revello: Bibliografía del Capitán de Fragata Don Héctor Raúl Ratto, Buenos Aires, s/e., 1956.

[2] El costumbrismo es una corriente literaria que describe los usos y costumbres de sociedades, pueblos y países. En su vertiente más popular y menos intelectual, queda limitado a la descripción de lo más colorista de la vida cotidiana. Como concepto literario, aparece en España en el siglo XIX y luego es asimilado por toda América Latina.

[3] Según se desprende de consultar el Álbum de Punta Alta, Punta Alta, Edit. Nueva Época 1919.

[4] Como decía Gregorio de Nisa: “Cuando uno preguntaba en las calles [ de Constantinopla] por el cambio, ellos te ilustraban sobre el Creado y el Increado; o por el precio del trigo, y ellos respondían que el Padre es más grande y el Hijo inferior; o si el baño estaba demasiado caliente, y ellos definían al Hijo como procedente de la nada” (De deitate Filii et Spiritus Sancti, citado en Nicanor Gómez-Villegas: Gregorio de Nazianzo en Constantinopla: ortodoxia, heterodoxia y régimen  teodosiano en una capital cristiana, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2000, pp. 87 y 88

[5] Sin dudas se refiere al cañonero torpedero de la Armada Española de ese nombre, que sirvió entre 1891 y 1916.

[6] Se trata de la película francesa La Batalla (La bataille), dirigida por  Sessue Hayakawa y Édouard-Émile Violet de 1923, adaptación de la novela homónima del escritor Claude Farrère y que  está enmarcada en la guerra ruso-japonesa de 1904.

[7] “La Marina” era el más grande bar y cinematógrafo de la ciudad en esa época, con capacidad para seiscientas personas. Con diferentes dueños, ocupó el solar de calle Humberto I donde hoy se encuentra la sede social del Club Rosario Puerto Belgrano (Cf. Gustavo Chalier: Los italianos y la construcción del Teatro Colón de Punta Alta, Punta Alta, Archivo Histórico Municipal de Punta Alta, 2003, p. 48

[8] El “Pathé Jounal” fue creado en 1908 por el pionero cinematográfico francés Charles Pathé y, después de la Primera Guerra Mundial, junto a otros de su tipo estadunidenses y europeos, fue uno de los principales noticieros del cine. El gran avance de ir al cine a “ver” los sucesos más importantes del mundo fue decayendo a medida que se popularizaba la televisión. Ver: Georges Sadoul: Historia del cine mundial: desde los orígenes, México, Siglo XXI Editores, 2004, p. 41 y ss.

[9] Se trata del famoso Muelle 76 (Pier 76th) del puerto neoyorkino.

[10] Emma Wolf y Cristina Patriarca: La Gran Inmigración, Buenos Aires, Sudamericana, 1991.

[11] Jorgelina Caviglia: Inmigración ultramarina a Bahía Blanca (1880-1914), Buenos Aires, CLACSO, 1984.

[12] Emilio Majuelo Gil: “Ricardo Zabalza Elorga: un dirigente obrero en Punta Alta (1921-1929)”, en El Archivo, Nº 15, mayo de 2006

[13] Cfr. Álbum de Punta Alta, Punta Alta, Edit. Nueva Época 1919.

[14] Cfr. Gustavo Chalier: Las Ligas Comerciales en Punta Alta y el desarrollo económico de la ciudad (1916-1930) Punta Alta, Archivo Histórico Municipal de Punta Alta, 2007.

Punta Alta, 1926: una mirada literaria.

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