Muchos recordarán aquella tienda, ubicada en la esquina de Brown e Irigoyen, y algunos muy posiblemente también recuerden a su dueño, don Antonio Filócamo, con su trato siempre amable y cordial. Aquel hombre, inmigrante italiano, desde muy jovencito se había iniciado en el comercio puntaltense, pasando incluso por diferentes rubros cuando los vaivenes de la economía así se lo exigieron. En esta nota, a través del testimonio de su hijo Claudio, lo recordamos.
De Calabria a Punta Alta.
“Mi papá tenía una personalidad muy destacada. Era una persona muy bondadosa, muy servicial, muy de la comunidad. A los viejos vecinos que lo conocieron les preguntás por Filócamo y te van a decir cómo era mi padre. Él estuvo íntimamente ligado al comercio de la ciudad hasta el año 2000”, empieza relatando su hijo.
Don Antonio Filócamo fue el hijo mayor del segundo matrimonio de don Domingo Filócamo y Ana Marrapodi. Había nacido el 16 de marzo de 1924 en Calabria, Italia, en un pequeño pueblito llamado Roccella. Cuando Antonio tenía un año de vida la familia arribó a la Argentina, estableciéndose en La Boca primero y algún tiempo después en Punta Alta. Aquí en nuestro país nacerían sus hermanos Domingo, María y Nicolás.
Ya establecidos en nuestra ciudad, su padre se incorporó a la Armada Argentina, como práctico y Antonio, aun siendo un mozo de tan solo 17 años, fue contratado por el señor Musumeci para desempeñarse como ayudante en una verdulería y frutería mayorista. Pero no estaría mucho tiempo, pues al cumplir la mayoría de edad Antonio se independizó y abrió su propia verdulería y frutería, con anexo almacén. Se ubicaba en un local alquilado de calle Irigoyen 48. El fuerte del negocio era el ser proveedor de frutas y verduras a la Base Naval. “Papá desde los 18 hasta los 20 años abasteció de frutas y verduras a los buques de la Armada. Con su Ford A se recorría todos los destinos. Y aprendió a cocinar ahí, porque los cocineros de abordo le enseñaban y después le enseñó a cocinar a mi mamá”, recuerda Claudio.
Lamentablemente un decreto del ministerio suspendió a todos los proveedores de la Base y el negocio de Antonio cayó abruptamente. En esos momentos el panorama era completamente incierto pero aquel joven comerciante recibiría uno de los mejores consejos de su amigo Armando Pallotti.
Sastrería, juguetes y más.
“Fijate y buscá una alternativa, conseguite un sastre y ponete una sastrería, porque la verdulería fue”, le dijo Armando Pallotti, dueño de la sastrería Titán. Y Antonio supo escuchar. Así fue como cerró la verdulería y contrató un sastre, abriendo las puertas Casa Filócamo, sastrería a medida, civil y militar. Estaba ubicada en el mismo local de Irigoyen 48. Se convirtieron desde ese momento en competencia, pero la amistad y las buenas relaciones prevalecieron. “Eran competencia pero a su vez eran amigos Y Armando lo ayudó mucho en la parte financiera, cómo pedir un préstamo al banco, etc. Hablaba muy bien y le enseñó a hablar, a tratar con los clientes. Porque mi papá había hecho hasta sexto grado y siempre había trabajado con la verdulería”, cuenta Claudio.
Durante bastante tiempo tuvo la sastrería hasta que en los años sesenta la convirtió en una galería, ya que fue incorporando la venta de accesorios como relojes, perfumes, joyas y otros artículos afines, apuntando al público masculino como también mujeres y niños.
Sin dudas, don Antonio fue desarrollando y mostrando sus habilidades para el comercio, ya que durante algunos años, para la época de las fiestas de Navidad y Reyes , incursionaba en el rubro juguetería. En efecto, en los meses de diciembre, enero y febrero alquilaba algún local de la galería Barbini y habilitaba la venta de juguetes. También su hijo recuerda que en cierto momento formó una sociedad y tuvo una sedería, ubicada en calle Colón al 300.
Filócamo Centro, siempre en onda con la moda.
En 1970 nuevamente don Antonio Filócamo cayó comercialmente y nuevamente su amigo Armando Pallotti estuvo allí para darle una mano, aconsejándolo y orientándolo para que consiga la ayuda financiera necesaria. Fue así que vendió el fondo de comercio de la galería e inauguró Filócamo Centro, en la esquina de Brown e Irigoyen, donde actualmente funciona un conocido comercio de ropa masculina. De aquellos tiempos Claudio recuerda: “En ese local había funcionado un taller de reparación de lavarropas y heladeras. Estaba todo lleno de grasa y estuvimos un mes sacando la grasa de los pisos de granito. Los hicimos pulir y quedaron brillantes. Después los encerábamos una vez por semana y quedaban impecables, ¡te pegabas unos resbalones terribles! (risas)”
Allí empezó con la venta de ropa confeccionada, para niños, damas y caballeros. Su esposa Mirta Gelós trabajaba a la par de don Antonio, como así también su hijo Claudio, quien al finalizar sus estudios secundarios dividió su tiempo entre su profesión de maestro mayor de obras y la tienda. Con el tiempo llegó a tener tres empleadas.
“Siempre en onda con la moda” era el eslogan. La tienda se adecuaba a los gustos y demandas de toda la familia, desde los más pequeños a los más grandes, y si había algo que caracterizaba a don Antonio era la confianza que depositaba en su clientela, tan particular como lo es en la ciudad de Punta Alta: “Había muchos militares, jovencitos, que venían con muchas necesidades y mi papá les decía “Andá eligiendo, sacá lo que quieras, después me lo vas pagando”, relata Claudio, remontándose a una época donde las tarjetas de crédito recién comenzaban a utilizarse y lo que más se usaba eran los llamados créditos personales.
El 1989 finalmente don Antonio se jubiló. “Yo ya no me siento capacitado para atender a la gente, a los jóvenes, ya estoy viejo”, dijo aquella vez, y fue así que su hijo Claudio tuvo que involucrarse cada vez más en el negocio.
Tiempos difíciles.
1989 fue un año duro. La empresa constructora en la que trabajaba Claudio había cerrado, dejándolo sin trabajo, por lo que decidió incursionar en la docencia, dando clases en la Escuela Técnica, a la vez que comenzó a dedicarle cada vez más tiempo a la tienda. Pero eran tiempos difíciles, pues la hiperinflación de aquellos tiempos lo complicaba todo. Sin embargo y afortunadamente Filócamo Centro logró sobrevivir a esos embates.
“El problema llegó cuando llegó Menem, porque la propietaria del local pretendió aumentar el alquiler de 1.000 a 10.000, con un dólar 1 a 1”, relata Claudio, quien prosigue “Le dije que no, que me era imposible, y que le entregaba la llave. Imaginate que no teníamos ni contrato ya, después de tantos años. Y le dije “el negocio no está andando bien y no puedo sostener ese alquiler”. Y así fue que el 5 de julio del 2000 le entregué la llave y me fui”.
De aquellos últimos y difíciles tiempos Silvia Oviedo, quien fuera empleada de la tienda recuerda: “Yo estuve trabajando el último tiempo, o sea parte del 99 hasta que cerró. A la familia la conocía de antes, porque con Claudio fui a la secundaria y había una amistad. Y bueno, ellos estaban pasando por una situación muy complicada, la mamá estaba enferma y les era imposible atender el negocio, así que me pidieron que vaya. Y yo realmente también necesitaba trabajar así que fui a darles una mano. O sea ellos me ayudaron a mi y yo los ayudé a ellos”. De este modo Claudio estaba a cargo del negocio y Silvia aportaba la mirada y el toque de una mujer en la tienda. Por las tardes también don Antonio solía ir. Silvia recuerda: “Se ve que le costaba muchísimo dejar de ir. Era una persona espectacular, un comerciante de sangre, como dicen. Todas las tardes estaba Antonio y los amigos, que tenían la misma edad que él, y siempre se juntaban, charlaban y recordaban. Eran una gran familia y el mismo trato que tenían entre ellos era el trato que tenían con los clientes, que más que clientes eran amigos, porque iban hacía muchos años. Incluso yo era una más de la familia, no era una empleada. Por eso tener que darle un cierre, después de tantos años de trabajo, fue muy duro”.
Entonces y finalmente el día 5 de julio del 2000 Filócamo Centro bajó sus persianas para siempre, después de treinta años de trabajo ininterrumpidos, sin contar los otros veintipico desde que don Antonio había inaugurado su primera sastrería.
Lo que siguió después fueron años de sacrificio, para pagar todas las deudas contraídas con bancos y proveedores. El propio Claudio cuenta: “Cuando entregué la llave se me vino la pirámide de Keops encima, porque tenía el alquiler caído, los proveedores caídos, tres bancos más una financiera con los que tenía deudas y no las podía afrontar” . Afortunadamente en ese momento le surgió una gran oportunidad laboral, al asumir la dirección de obra del barrio 27 de Septiembre, y fue el punto de apoyo para poder recomponerse económicamente e ir saldando de a poco todas las deudas. “Entre pito y flauta en ocho años levanté la deuda de 600.000 dólares. Me quedé en la calle, lo perdí todo, iba al trabajo a pie, pero de apoco pagué todas las deudas”, resume Claudio Filócamo, demostrando su capacidad de resiliencia y de trabajo, virtudes seguramente heredadas o aprendidas de su padre.
Por Lic. Fernanda Martel.
Fuentes
- Entrevista a Claudio Filócamo, 11 de julio de 2023.
- Entrevista a Cristina López, 24 de agosto de 2023.
- Entrevista a Silvia Oviedo, 4 de septiembre de 2023.
Esto es recuperacion histórica. QUE NO SE PIERDA POR FAVOR.
Documento historico